Reserva Celebración Basílica Sagrada

Descripción del servicio

Celebrar en la Basílica del Sagrado Corazón significa revivir los últimos momentos de la vida de Don Bosco... Esa mañana, Don Bosco quiso bajar a la iglesia para celebrar en el altar de María Auxiliadora. No menos de quince veces durante el divino sacrificio, se detuvo, abrumado por una profunda emoción y derramando lágrimas. El padre Viglietti, quien lo asistía, tuvo que distraerlo de vez en cuando para que pudiera continuar. Al alejarse del altar, la multitud conmovida se reunió a su alrededor, besando sus vestimentas y sus manos, liberándolas del cáliz, y lo siguió hasta la sacristía. Allí, le pidieron a una sola voz su bendición. «Sí, sí», respondió. Y tras subir los tres escalones de la puerta que conecta la primera sacristía con la segunda, se dio la vuelta, levantó la mano derecha, pero inmediatamente rompió a llorar y, cubriéndose el rostro con ambas manos, repitió con voz entrecortada, incapaz de terminar la frase. Fue necesario tomarlo suavemente de los brazos y llevárselo. Los espectadores, conmocionados, se dispusieron a seguirlo, pero la puerta estaba cerrada. ¿Quién no habría querido saber la causa de tal emoción? Don Viglietti, al verlo recuperar su calma habitual, le preguntó. Él respondió: «Tuve ante mis ojos la vívida escena de cuando soñé con la Congregación a los diez años. Podía ver y oír a mi madre y a mis hermanos preguntándome sobre el sueño...». Entonces Nuestra Señora le dijo: «Con el tiempo lo entenderás todo». Sesenta y dos años de trabajo, sacrificio y lucha habían transcurrido desde aquel día, y un destello repentino le había revelado, en la construcción de la Iglesia del Sagrado Corazón en Roma, la culminación de la misión que misteriosamente se le había anunciado al principio de su vida. Desde las Becchi di Castelnuovo hasta la sede del Vicario de Jesucristo, ¡qué largo y arduo había sido el viaje! En ese momento sintió que su obra personal llegaba a su fin, bendijo a la Divina Providencia con lágrimas en los ojos y elevó su mirada confiada a la morada de la paz eterna en el seno de Dios.